HERMANDAD DEL SANTÍSIMO CRISTO DE LA EXPIACIÓN Y MARÍA STMA. DE LA VICTORIA
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PREGÓN 2008

   

PREGÓN DE SEMANA SANTA 
(D. JUAN FRANCISCO GONZÁLEZ VIZUETE)
 
Campanario, 14 de marzo de 2008
 
INTRODUCCIÓN.
     
     Queridos amigos:
     
     Si os digo la verdad no es nada fácil pronunciar un pregón. Una de las razones que más me retienen es que para pronunciar algún pregón sobre la Semana Santa cualquier Junta de Cofradías o las personas encargadas eligen a una persona que tenga una vinculación especial con el pueblo, bien por ser del mismo pueblo, bien porque ha ejercido un ministerio pastoral en él, bien porque ha sido una persona relevante y ha trabajado mucho por ensalzar y darle el valor que tiene que tener la Semana Santa.... Yo no tengo nada de esto. Simplemente soy un cura que ejerce su ministerio pastoral en la parroquia de la Santa Cruz de Villanueva de la Serena. La vinculación con este pueblo es por la vinculación que hay con la parroquia y con gente que en ella trabaja.
     Os mentiría si os digo que tengo cierto temor. Podéis decirme, y con toda la razón, que los curas solemos estar acostumbrados a hablar en público, que no podemos temer ante quienes tengamos delante, etc.
     Pero, si ya cuesta cada domingo o en cada celebración que se tercie hablar desde la vida con minúsculas, la vida en la que las propias vivencias de cada uno están unidas una creencia determinada, cuánto más cuesta hablar, desde la vida con minúsculas, de la VIDA con mayúsculas.
     No podemos olvidar que un pregón de Semana Santa consiste en manifestar, con más o menos palabras acertadas, aquellos momentos importantes en la vida de cualquier cristiano o cristiana que están relacionados con estos días tan importantes para cada uno de nosotros.
     Al ser cura la llamada “deformación profesional” puede hacer que esto sea más una homilía que un pregón. Pero, como bien dice la Real Academia Española de la Lengua, “PREGÓN” es la promulgación o publicación que en voz alta se hace en los sitios públicos de algo que conviene que todos sepan o aquel discurso elogioso en que se anuncia al público la celebración de una festividad y se le incita a participar en ella. Esto es lo que voy a intentar hacer.
     Hace años, un gran poeta español llamado Antonio Machado, compuso un bellísimo poema llamado “La Saeta” que comenzaba así:
Dijo una voz popular:
¿Quién me presta una escalera
para subir al madero
para quitarle los clavos
a Jesús el Nazareno?
     ¡Quién le iba a decir a Jesús que en sólo tres días viviría unos momentos que nos dejaría a todos atónitos y, lo más importante, que constituyeran una parte fundamental de nuestra vida de cristianos!
     Ya se puede sentir este clamor popular. La Cuaresma toca ya mismo a su fin y se abre una gran Semana en la que todos nosotros, creyentes y no creyentes, nos unimos para contemplar y compartir la fe en Jesucristo a través de las celebraciones y a través de la belleza de las imágenes y de los pasos que procesionan por el pueblo. 

DOMINGO DE RAMOS.

     Han sido días de ensayos con las diferentes andas de los pasos, muchos preparativos para que esté todo listo en la Semana Grande de todos los cristianos. Y esa semana comienza: DOMINGO DE RAMOS.  Palmas, olivos, voces de alegría, Jesús, triunfante, entra en Jerusalén. Entra decidido, con paso firme, sabiendo hacia dónde va, sabiendo que entrando en esa ciudad comenzarían unos días muy difíciles. La procesión del Domingo de Ramos recuerda eso. “El Burrito”, como soléis llamar popularmente a esta procesión, ya nos está indicando que el tiempo ha llegado, que proclamamos a los cuatro vientos: “HOSANNA, REY DE REYES”. Jesús no entra de manera espectacular. Lo hace encima de un asno, uno de los animales más obedientes que existen sobre la tierra. Dócil, pero a la vez fuerte. Al contemplar el próximo domingo la imagen del “Burrito” cada uno podemos repetirnos una y otra vez:
“Jesús, deja que mi corazón te lleve,
que a través de mí puedas entrar triunfante
en la vida de los otros”.
     Jesús ha entrado en Jerusalén. Y, con Él, hemos entrado todos. La procesión se enlaza con la Eucaristía, momento crucial e importante para darle gracias a Dios por este encuentro con Jesús. ¡¡Hoy es día de alegría!! La Semana Santa ha comenzado.

MARTES SANTO.

      Avanzan los días, las horas y los minutos y, en medio de esta preparación del corazón, ya se divisa el martes santo.
     
     “Habiendo dicho Jesús estas cosas, salió con sus discípulos al otro lado del torrente de Cedrón, donde había un huerto, en el cual entró con sus discípulos. Y también Judas, el que le entregaba, conocía aquel lugar, porque muchas veces Jesús se había reunido allí con sus discípulos. Judas, pues, tomando una compañía de soldados, y alguaciles de los principales sacerdotes y de los fariseos, fue allí con linternas y antorchas, y con armas.” (Jn 18,1-3)

     Como si fuera un malhechor. ¿Qué culpa tenía Jesús de todo esto? A Jesús lo prenden sin importarles, en absoluto, si estaba orando, si estaba tranquilamente con sus discípulos o si estaba realmente angustiado y agobiado por todo lo que le iba a sobrevenir en las próximas horas. Este momento es lo que se recoge por las calles de Campanario en la noche del Martes Santo.

     La procesión del Prendimiento pone ante nuestros ojos y ante nuestro corazón una situación que hace que nos adentremos y volvamos al huerto de los olivos. Esta procesión, repleta de una tradición exquisita, adquiere un realismo más vivo si cabe con la presencia de los alabarderos. Y es entonces cuando nos asaltan preguntas, respuestas y poemas como este:
La iniquidad pregunta a la Inocencia
cual ha sido el delito.
 
Ser camino y Verdad, ser la Vida en la muerte,
es móvil de la envidia que pide el sacrificio
y se escuda a la sombra del poder
para efectuar sin culpa el magnicidio.
 
El reo es Rey sagrado,
se oculta en las tinieblas su valido,
su triple negación
es llanto suplicante del laurel del martirio.
 
 
MIÉRCOLES SANTO.
     Los Sumos Sacerdotes no dieron opción alguna a Jesús: hay que matarlo. No podían haberlo hecho de otra manera. La “obra” (entre comillas) que estaban preparando tenían que dotarla del mayor realismo posible.

    “Entonces salió Pilatos a ellos, y les dijo: ¿Qué acusación traéis contra este hombre? Respondieron y le dijeron: Si éste no fuera malhechor, no te lo habríamos entregado.” (Jn 18,29-30)
Pilatos, tras pensarlo, decidió darle un buen escarmiento, algo que es para recordarlo siempre. La imagen de Jesús cautivo procesiona el miércoles santo maniatado a una columna, flanqueado por dos imágenes cuyas caras no manifiestan realmente amabilidad.
 


Es un surco sangrante su ternura.
Esparce la semilla, la primicia
del fruto inmaculado.
 
Se somete al martirio con valor.
Su silencio es la voz de enamorado eximiendo al amado del castigo.
 
Atado a la columna del dolor,
el cuerpo malherido, lacerado,
es oblación de excepcional amigo.
 
No desea valerse del poder
para causar la muerte a un inocente
que insiste, torturado, en la Verdad.
 
Le despojan de humana dignidad,
amancillan su honor y su derecho
como persona libre. Y por su pecho
surge el oasis de la caridad.
 
Desvalido, maltrecho, ensangrentado,
va al sacrificio, sin volverse atrás;
llegará el día en que le glorifiquen.

     Pero no va solo, porque, en toda su vida, Jesús tuvo la presencia cercana de su madre María. La mujer del silencio, la madre que sufrió por su Hijo, la Virgen de la Amargura. La bien llamada Virgen guapa, la última imagen que se trajo al pueblo, procesiona esa noche bajo la atenta mirada de tantos que piden una y otra vez que vele siempre por todos y cada uno de ellos.

JUEVES SANTO.

     Jueves Santo, inicio del triduo pascual, momento en el que se mezclan, más si cabe, tradición, fe y celebración. Conmemoramos el día del Amor Fraterno, la entrega más absoluta de Jesús por nosotros, la institución de la Eucaristía y el inicio del orden sacerdotal. Todo se une en la gran celebración de la tarde del Jueves Santo. Llevamos, hasta ahí, todo lo que somos, damos gracias a Dios por el gran amor con que nos mira siempre. Jesús lo ha dado todo, y, en este día, se entrega por completo. ¡¡Qué momento más hermoso el que podemos vivir junto a Jesús!! Somos invitados, al igual que los discípulos, a pasar con Él sus últimos instantes de vida.
     Cuando la noche se cierra por completo, un silencio atronador se hace patente. La imagen de Jesús Nazareno sale al encuentro de todos. ¡Qué estampa! Jesús, cargado con la cruz, nos invita a cargar con nuestra cruz de cada día, quiere que le sigamos con nuestros fallos, con nuestras virtudes, que le sigamos sin reservas, que, como el cireneo, también ayudemos a cargar con las cruces de los demás.   

     Y, en medio de ese caminar por las calles de Campanario, entre el vaivén de los costaleros portando esta imagen, en el Arrabal se produce un momento que sobrecoge: el encuentro con la Virgen de los Dolores, con la Madre deshecha por los ultrajes que le proporcionan a su Hijo. No hay mayor dolor. María nos hace partícipes de su sufrimiento, pero quiere que estemos con ella, que la acompañemos. Ahora nos toca acompañar a los dos, a Jesús Nazareno y a la Virgen de los Dolores, y conmovernos con ellos, ser compasivos.


Sobrelleva la Cruz de su agonía
descarnando sus pies en la andadura.

Sube por el sendero, con dulzura,
a cumplir la sagrada profecía.
 
 
Cargado con la cruz de salvación
camina el redentor, desamparado,
es el justo, por odio condenado
a morir, acusado de traición.
 
Delante del cortejo, un centurión
y el heraldo, que informa han coronado
al que se dice rey. Y a cada lado,
como insulto, le ponen un ladrón.

VIERNES SANTO.

     Todo está cumplido. Jesús ha entregado su vida por nosotros. La noche ha sido larga. Ahora hemos de reunirnos en torno a su Pasión, y celebrar la entrega grandiosa de Jesús por todos nosotros. En el mediodía se hace el silencio. El Cristo de la Expiación ya procesiona por las calles de Campanario. Contemplamos a un Jesús muerto, clavado en la cruz, inmóvil, pero que nos ha dejado a todos con el corazón encogido por su entrega.

Pies y manos le clavan sin luchar.
Sus brazos en la cruz, escarnecido,
son un abrazo abierto a quien le ha herido,
consagración de amor sobre el altar.
 
Llagado, solo y próximo a expirar
otorga su perdón en un gemido.
Absuelve con el último latido
al infiel que le va a crucificar.
 
Se olvidó de sí mismo. Con piedad
al buen ladrón por su sentir bendijo
concediéndole el Reino de su Padre.
 
 
Sabiendo la polémica hermandad
dijo a María: "Ahí tienes a tu hijo",
y dijo a Juan: "Ahí tienes a tu Madre".


     María, la Santísima Virgen de la Victoria, está junto a su hijo. Sabe que no podía dejarlo solo, y menos en el lecho de la muerte. En María junto a la cruz también nos podemos poner todos y cada uno de nosotros. ¡Qué nombre tan hermoso: VIRGEN DE LA VICTORIA!,del convencimiento pleno de que su Hijo va a vencer toda muerte, ese convencimiento que tantas madres que estáis aquí sabéis que tenéis hacia vuestros hijos, de confianza plena en él.
 
-“Creció en su presencia como un brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros; despreciado y desestimado. El soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes.” (Is 52, 13‑53, 12)
 
     No pueden ir más rápido los acontecimientos. Tras contemplar a Jesús en la cruz, ahora lo contemplamos yacente. Acompañado por una madre rota de dolor, contemplar a Jesús muerto supone poner toda nuestra vida en sus manos. ¿Qué has hecho, Jesús? Toda tu vida anunciando la liberación y ahora yaces. Caminamos contigo, Jesús, hacia el sepulcro. Que mueran aquellas cosas que no van bien en nosotros, que mueran nuestros egoísmos y nuestras rivalidades, que mueran nuestros desencantos.
     María, la Virgen de los Dolores, es ahora la Soledad. Nos toca acompañar a María en su dolor, en su despojo total. Tantos y tantos en el mundo, como María, están solos porque nadie les acompaña, porque nadie les echa una mano. Madre de la Soledad, haz que estemos siempre atentos a quien pide de nosotros. Queremos acompañarte en tu Soledad, déjanos que carguemos con tu dolor de Madre.
 
DOMINGO DE RESURRECCIÓN.
     Era la etapa final. Dios Padre, en Jesús, nos tenía reservado esta gran sorpresa. La muerte no tiene la última palabra. LA VIDA con mayúsculas es la gran respuesta que damos todos al mal. Jesús resucita al tercer día. No puedo ni imaginarme la cara que tendrían todos al contemplar a Jesús vivo. El corazón les daría un vuelco, algo ha pasado para que todos bendijeran a Dios por las grandes maravillas que ha hecho en Jesús y en toda la humanidad. Es el triunfo de todos los cristianos. Por la resurrección de Jesucristo todos hemos cobrado la identidad de ser cristianos.

     Por eso, en la noche de la Vigilia Pascual renovamos nuestra fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y, a primeras horas del alba, a eso de la 8:30 de la mañana, hemos de acompañar a Jesús resucitado por las calles del pueblo. ¡Que se note la gran alegría de todos los cristianos! Jesús nos devuelve la vida, en él ponemos todo nuestro ser.

     Y os preparáis, con júbilo, para vivir un día muy señalado el lunes de Pascua: con la alegría todavía en la mente y en el corazón de haber festejado a Jesús resucitado, no podéis acabar mejor que celebrando la romería en honor a la madre por excelencia, la mujer que tanto ha sufrido por su Hijo y que, ahora, se convierte en la gran discípula: MARÍA, a quien vosotros veneráis y tenéis tanta devoción bajo la advocación de PIEDRAESCRITA.
 
CONCLUSIÓN
     Cada Semana Santa tiene que ser distinta y especial. Tiene que ser un cambio de actitud, de vida, porque renovamos nuestro ser cristiano y afirmamos nuestro deseo de continuar anunciando el Evangelio a todos.

     Cada vez que participemos en una de las celebraciones litúrgicas en la parroquia o en las monjas, cada vez que contemplemos cualquiera de las imágenes que van a procesionar por las calles de Campanario, que lleguemos hasta lo más hondo del misterio, que pidamos una y otra vez hacernos como Jesús: hombres y mujeres entregados y bien dispuestos para luchar por mantener los auténticos valores evangélicos.
     Antes de terminar quiero agradeceros vuestra atención y la invitación que me hicisteis a que realizara este pregón. Ha sido la primera vez que hago esto, y os pido que disculpéis los errores que haya podido tener.

     Que vivamos estos días santos con mucha fe, con mucha humildad y, sobre todo, poniéndonos siempre al servicio de todos y del Evangelio. 

                                             MUCHAS GRACIAS.

        
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